lunes, enero 21, 2008

Lucas, sus pudores


En los departamentos de ahora ya se sabe, el invitado va al baño y los otros siguen hablando de Biafra y de Michel Foucault, pero hay algo en el aire como si todo el mundo quisiera olvidarse de que tiene oídos y al mismo tiempo las orejas se orientan hacia el lugar sagrado que naturalmente en nuestra sociedad encogida está apenas a tres metro del lugar donde se desarrollan estas conversaciones de alto nivel, y es seguro que a pesar de los esfuerzos que hará el invitado ausente para no manifestar sus actividades, y los de los contertulios para activar el volumen del diálogo, en algún momento reverberará uno de esos sordos ruidos que oír se dejan en las circunstancias menos indicadas, o en el mejor de los casos el rasguido patético de un papel higiénico de calidad ordinaria cuando se arranca una hoja del rollo rosa o verde. Si el invitado que va al baño es Lucas, su horror sólo puede compararse a la intensidad del cólico que lo ha obligado a encerrarse en el ominoso reducto. En ese horror no hay neurosis ni complejos, sino la certidumbre de un comportamiento intestinal recurrente, es decir que todo empezará lo mas bien, suave silencioso, pero ya al final, guardando la misma relación de la pólvora con los perdigones en un cartucho de caza, una detonación más bien horrenda hará temblar los cepillos de dientes en sus soportes y agitarse la cortina de plástico de la ducha. Nada puede hacer Lucas para evitarlo; ha probado todos los métodos, tales como inclinarse hasta tocar el suelo con la cabeza, echarse hacia atrás al punto de que los pies rozan la pared de enfrente, ponerse de costado e incluso, recurso supremo, agarrarse las nalgas y separarlas lo más posible para aumentar el diámetro del conducto proceloso. Vana es la multiplicación de silenciadores tales como echarse sobre los muslos todas las toallas al alcance y hasta las salidas de baño de los dueños de casa; prácticamente siempre, al término de lo que hubiera podido ser una agradable transferencia, el pedo final prorrumpe tumultuoso. Cuando le toca a otro ir al baño, Lucas sufre por él pues está seguro que de un segundo a otro resonará el primer halalí de la ignominia; lo asombra un poco que la gente no parezca preocuparse demasiado por cosas así, aunque es evidente que no están desatentas de lo que ocurre e incluso lo cubren con choques de cucharitas en las tazas y corrimientos de sillones totalmente inmotivados. Cuando no sucede nada, Lucas se siente feliz y pide de inmediato otro coñac, al punto que termina por traicionarse y todo el mundo se da cuenta de que había estado tenso y angustiado mientras la señora de Broggi cumplimentaba sus urgencias. Cuán distinto, piensa Lucas, de la simplicidad de los niños que se acercan a la mejor reunión y anuncian: Mamá, quiero caca. Qué bienaventurado, piensa a continuación Lucas, el poeta anónimo que compuso aquella cuarteta donde se proclama que no hay placer más exquisito / que cagar bien despacito / ni placer más delicado / que después de haber cagado. Para remontarse a tales alturas ese señor debía estar excento de todo peligro de ventosidad intempestiva o tempestuosa, a menos que el baño de su casa estuviera en el piso de arriba o fuera esa piecita de chapas de zinc separada del rancho por una buena distancia. Ya instalado en el terreno poético, Lucas se acuerda del verso del Dante en el que los condenados avevan dal cul fatto trombetta, y con esta remisión mental a la más alta cultura se considera un tanto disculpado de meditaciones que poco tienen que ver con lo que está diciendo el doctor Berenstein a propósito de la ley de alquileres.
Julio Cortàzar

martes, enero 15, 2008

Para el mal de amores

-Una carta dura, hiriente, lapidaria a la adùltera- me decìa, adjetivando con seguridad-, una carta que la haga sentirse una lagartija sin entrañas, una hiena inmunda. Probàndole que uno no es tonto, que conoce su traiciòn, una carta que rezuma desprecio, que le de conciencia de adùltera. -En cuanto al seductor- prosiguiò inmediatamente Pedro Camacho, con un brillo malvado en los ojos-, lo mejor es el anònimo con todas las calumnias necesarias. ¿Por què habrìa de quedarse aletargada la vìctima mientras le crecen los cuernos? ¿Por què permitirìa que los adùlteros se solacen fornicando? Hay que estropearles el amor, golpearles donde les duela, envenenarlos de dudas. Que brote la desconfianza, que comiencen a mirarse con malos ojos, a odiarse. ¿Acaso no es dulce la venganza?
Le insinuè que talvez valerse de anònimos, no fuera cosa de caballeros, pero èl me tranquilizò rapidamente: "Uno debìa portarse con los caballeros como caballero y con los canallas como canalla. Ese era <>: lo demàs era ser idiota.
Con la carta a ella y los anònimo a èl quedan castigados los amantes -le dije- pero ¿y mi problema? ¿Quièn me va a quitar el despecho, la frustraciòn, la pena?
- Para todo eso no hay como la leche de magnesia- me repuso dejàndome sin ànimos de reìrme- Ya sè, le parecerà un materialismo exagerado. Pero hàgame caso, tengo experiencia de la vida. La mayor parte de las veces, las llamadas penas de corazòn son malas digestiones, frijoles tercos que no se deshacen, pescado pasado de tiempo, estreñimiento. Un buen prugante fulmina la locura de amor.
Fragmento de La tìa Elulogia y el escribidor
de Mario Vargas Llosa

martes, enero 08, 2008

Heme aquì

Nunca mató a una araña. Siento que algo extraño me une a ellas. Un poco de cariño tal vez. Cuando las veo tejiendo su telaraña me dan cierta ternura. Debo investigar más sobre ellas.

Odio a las cucarachas. A veces cuando me paro en la madrugada a tomar agua y me topo con alguna , trato de llegar a un acuerdo, le digo en forma autoritaria: desparece si no quieres morir. Si huye, tomo mi agua tranquilamente y vuelvo a la cama con mi incondicional Morfeo, pero si la muy desgraciada camina hacia a mi, corro de inmediato por una chancla y la mato con una furia desvastadora, mientras le digo enojada: ¡Te lo advertí! Quizá también existen las cucarachas suicidas.

Siempre hablo sola.

Según yo, todos los objetos piensan y sienten. “Las cosas tienen vida propia sólo es cuestión de despertarles el ánima” como diría Melquíades de Cien Años de Soledad.

Me encanta abrazar a la gente que quiero. Cuando estoy tensa un buen abrazo hace maravillas.

Me encanta el incienso.

Me gusta el café: negro como mi conciencia y amargo como mi destino.

Siempre le pregunto a la gente cómo toma el café e imagino como son sexualmente.

Quisiera tener una casita en medio de un bosque, salir todas las mañanas extender los brazos y respirar su aroma.

Mi familia cree que estoy loca. Tengo el sentimiento recurrente de que no pertenezco.

Cuando visto de negro me siento muy bien.

Me declaro nefelibata. Paso más tiempo en los sueños que en la realidad.

Me encanta comer chocolate y acompañarlo con una coca cola de lata.

Cuando hace mucho frío me fabrico botas de periódico.

Comprar un libro es para mi todo un ritual. Lo desnudo del plástico que lo envuelve, lo observo, lo abro, acaricio y siento la textura de sus hojas y por ultimo lo huelo. Amo el olor de los libros.

Me gustan las caricias con cuchillos.

Amo y admiro mucho a Carlitos Massa.

Me gusta tomar baños largos con agua caliente, velitas e incienso.

No me gusta ver que la gente arranque plantitas o dañe árboles por ociosidad.

Quiero estar de nuevo en Real de Catorce.

Cuando tengo que elegir entre dos objetos o dos caminos casi siempre elijo el del lado izquierdo por ser el lado del corazón.

Me gusta tejer bufandas.

Quiero aprender italiano y también portugués para cantar bosanovas.

Odio al presidente de Estados Unidos, la actitud de los narcos y al putito de Eugenio.

Me gusta andar en bicicleta.

No he tomado bien los treintas jaja

Prefiero el frío.

Me gusta ir a la Tumba con mi amiga Liz y escuchar a Sabina.

Cuando leí Rayuela me enamoré de Oliveira y yo me creía a veces La Maga y otras tantas Talita. Cuando leí Crimen y Castigo me enamoré perdidamente del atormentado Raskolnikov.

Me identifico con Amelie.

No me gustan los hombres con tenis grandes y blancos.

Casi siempre he andado con tipos que no usan reloj.

Me gustan los hombres con barba.

Si yo fuera hombre llevarìa barba

Cuando veo a un hombre con barba (aunque no me guste) empiezo a sentir cosquillitas en los labios y unas ganas inmensas de besarlo en su mejilla. Casi siempre le pido permiso y casi siempre me miran como si estuviera loca.

Me encanta hablar con mis perros y abrazarlos mucho.

No entiendo a mi primo, ni el a mi, somos polos opuestos, pero me muero si algo le pasa.

Me gusta estar en el Café Bambú.

Me encanta bailar con los ojos cerrados.

Me gusta ir a los raves y a las tocadas y que el lugar se impregne a olor a hierba, no la fumo, porque no sè fumar, pero que bien pega, que bien se siente.

Si fuera un insecto sería una luciérnaga.

Me gustaba oler el cabello de Jorge, me gustaba, me gustaba, me gustaba todo de el.

Quisiera recorrer el mundo de mochilazo.

Amo los días de lluvia y el olor a tierra mojada.

Me gustan las noches de tormenta.

Cuando escucho a las ambulancias me pongo nerviosa.

Me sigo haciendo la enferma cuando no quiero ir a trabajar.

Nunca digo groserìas en frente de una persona mayor, solamente una vez mandè a una señora muy muy lejos y de una forma muy vulgar, "vayase a la v....." pero se lo merecìa. A mi nadie me grita.

Odio la gente prepotente.

Siempre digo que Sabina me dedicò este verso de Besos con sal: "Tus pechos dicen que eres una chiquilla, tus muslos saben que eres mi perdiciòn" Se vale soñar!

Cuando voy al super siempre agarro el carrito como patín del diablo.

Me considero una mezcla de cronopio y esperanza....nunca fama.

Tengo el compromiso conmigo misma de decir siempre lo que siento. Pase lo que pase mis sentimientos siempre deben de ser libres.

A veces sueño con encontrar a mi hombre violeta, otras tantas.....tambièn.